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SOLITUDE Capítulo II

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II


EL ENCUENTRO



Los rayos de sol de esta bella mañana topan con mi rostro descubierto mientras duermo, provocándome abrir los ojos. Su bello resplandor me alegra la existencia. Espero que el día de hoy sea diferente a los de ayer. He soñado con ello siempre. Ojalá hubiera un sólo día que no me importaran los regaños de mi madre para que la ilusión de la vida creciera aún más en mi corazón. Mis sueños muchas veces se ven rotos gracias a su molestia colmándome de miedo y rencor, mas siempre escucho un extraño latido brotar del centro de mi pecho que parece decirme…

"Fe."

Lentamente, tomo una gran inhalación, llenando a mis pulmones de aire fresco. Me levanto pausadamente, mientras busco con mi mirada mis sandalias. A mis oídos llega ruido; voces desconocidas. Me levanto rápidamente de la cama y corro hacia la ventana de mi habitación que da directamente al patio de la casa de al lado. Me parece extraño escuchar ruidos provenientes de esa casa; ha estado bastante tiempo sola, es por eso que la noche y la oscuridad no me gustan, esa casa siempre ha estado oscura y muda; al menos en el tiempo que tenemos radicando aquí nunca he visto gente entrar a esa vivienda. Es extraño. Trato de encontrar de dónde provienen esos ruidos, pero mi ventana sólo me muestra ramas secas en el patio y la ventana que, supongo, es de una de las habitaciones. Me desespero. Quiero ver quiénes son las personas que van a habitarla y le darán luz.
Salgo rápidamente de mi cuarto en dirección al patio de mi casa, donde me encuentro con mi madre sosteniendo la escoba, mientras mira con curiosidad hacia la casa de al lado. Creo que también le ha llamado la atención el ruido y las voces, no he sido la única curiosa. Me acerco lentamente a ella para detenerme a su costado y poder asomar mi cabeza, con gran curiosidad, para ver lo que mis ojos jamás olvidarán.
Mi respiración y mi corazón comienzan a latir fuertemente. Mi rostro se llena de colores. Mi cuerpo se siente caliente y mi mente se cuestiona porqué me he puesto así. No entiendo qué me está pasando. Quiero esconderme detrás de mi madre, pero no puedo, hay algo dentro de mí que me hace dar un paso al frente y quedar completamente paralizada mientras mis ojos miran con emoción.
               
“Soledad, ¿qué haces? Entra que voy a barrer la banqueta, ¿quién te habló?”.

La molestia de mi madre es evidente. Me levanta la voz. Sus palabras entran en mis oídos, pero no las escucho. En mí sólo hay un deseo, y es seguir mirando lo que mis ojos están mirando.
Es bello. Es hermoso.
Su cuerpo gallardo, delgado y alto. Su piel tostada por el sol. Sus ojos negros. Su cabello de ébano como el mío.
Es el hombre más hermoso que he visto en mi vida.
¿Qué es esto que siento?
Él no es un niño como yo, es un hombre casi como mi padre, pero es perfecto. Su voz es la melodía más bella que mis oídos han escuchado.
Le miro fijamente. Está acompañado de otro hombre muy parecido a él. Traen muebles dentro de una camioneta. Oh, mi corazón está lleno de emoción. Ese bello hombre va a habitar la casa oscura, le va a dar luz.

“Ven para acá, niña desobediente”.

La mano de mi madre aprieta con fuerza mi brazo, tirándome de él.

“Vete a lavar la cara y las manos para que te pongas a desayunar.”

Me dice fríamente, entretanto me avienta hacia el patio.

“Sí mami.”

Camino hacia el baño para lavar mis manos y mi cara.

Mi desayuno es un cereal con leche y jugo de naranja; como rápidamente, lo único que quiero es ver a mi nuevo vecino hasta cansarme.
Mi madre termina de barrer. Entra a la casa. Cierra la puerta y se sienta frente a mí en el comedor. 

Madre. — ¿Has visto al nuevo vecino, Soledad? Por fin van a habitar esa casa… ¿irá a vivir solo? (Pregunta un tanto entusiasmada.)
Soledad. — No sé, mami. (Suspira meditabunda.) Está con otro señor.
Madre. — Están muy guapos los dos, ¿te fijaste? (Vuelve a dirigirse a Soledad, quien yace distante mientras juega con la cuchara.)
Soledad. — Sí, mami, están muy guapos.
Madre. — (Pensativa.) Ojalá esté soltero.
Miro a mi madre con sorpresa, también le ha parecido atractivo el nuevo vecino, pero lo que no entiendo es por qué le interesa que esté soltero. Mis padres están casados, sin embargo, el tiempo que mi madre está sola pesa más que cuando mi padre está en casa. Aun así, mi padre es mi padre y le quiero bastante aunque le tenga pocos días en mi vida; sé que está trabajando duro para darnos lo que tenemos. Mi madre es joven aún. Sé que nací en un momento no muy oportuno, sólo tenía veinte años cuando me dio la vida. Siempre me ha dicho que me trajeron al mundo más por pasión que por amor. No entiendo los sentimientos aún, soy muy pequeña para darme cuenta de esas cosas, mas sé qué es el dolor y la alegría. Sé que los adultos se casan cuando tienen hijos, pero cuando no tienen hijos, ¿por qué se casan? 
Después de un momento de silencio y reflexión, mi madre se levanta de la silla y toma los platos sucios de los que he desayunado. Me pongo de pie y camino hacia mi habitación. Debo ponerme la ropa de diario: una falda blanca, una blusita rosa con un dibujo de una mariposa en el centro, mis calcetas blancas y, finalmente, mis zapatos de charol negros.
Mi madre me llama. Me pide que vaya a la sala para que me peine como de costumbre. Mi pelo negro es recogido diariamente para evitar que se me maltrate; según mi madre. Ella me lo trenza con destreza, al final me pone un moñito color rosa. Estoy lista para empezar el día. Un bello día.
Hoy mi corazón siente que ha despertado de un letargo. No me han dado ganas de jugar bajo mi árbol porque sé que puedo ensuciar mis ropas y la verdad hoy no quiero hacerlo. Qué extraño es este día. Por vez primera, desde que tengo conciencia de mi personita, he decidido no jugar bajo mi árbol. Mi único deseo es salir al patio y mirar aquella casa que ahora está siendo habitada.
Camino rápidamente hacia la puerta que da a la calle, mas antes de abrirla, puedo ver a mi amiguita Ivannia esperando algo. Abro la puerta mientras le sonrío. Ella es una niña muy bonita de piel blanquita, ojos castaños y grandes, cabello con tonalidades rubias que cae sobre sus hombros con ligeros rulos y más alta que yo, a pesar de ser de la misma edad.
Ivannia me sonríe con gran alegría al percatarse de mí.

Ivannia. — ¡Hola, Soledad! ¿Cómo estás hoy?

Le sonrío con alegría al saludarme.

Soledad. — Bien… ¿y tú, Ivannia?
Ivannia. — Muy bien, también… tengo gripa… (Estornuda.)
Soledad. — Oh ¡Jesús, te ayude! (Mirándola fijamente.) Pero, ¿si puedes jugar?

La observo con atención, entretanto espero su respuesta; está pensativa.

Ivannia. — (Efusiva.) ¡Sí! (Ríe.)
Soledad. — Pero… ¿no se enoja tu mamá porque viniste a jugar conmigo?
Ivannia. — No sabe que vine, lo que pasa es que no está en casa, salió al mandado… solamente estamos mi hermano y yo… y como mi hermano está dormido, pues yo me salí de la casa. (Estornuda.)

Frunzo mi entrecejo; la situación por la que pasa mi amiga me pone un tanto incómoda.

Soledad. — No me vayas a pegar tu gripa… hoy no quiero jugar. (Seria.)
Ivannia. — Está bien… ¿vas a salir?
Soledad. — Sí… (Sonríe.)
Ivannia. — Bueno, entonces nos vemos luego. (Corre hacia su casa.)

Me siento a gusto con mi amiga Ivannia, pero cuando se enferma no me gusta estar cerca de ella porque luego me enfermo y no puedo hacer lo que me gusta. Miro cómo Ivannia entra a su casa mientras doy unos pasos hacia la banqueta. Creo que voy a explorar un poco el frente de la casa que tanto ha llamado mi atención el día de hoy.
Camino lentamente hacia su frente, sólo veo el patio y la puerta cerrada. Han terminado ya de traer los muebles. Puedo ver un poco más si me acerco al barandal. Pongo mis manos en los barrotes y mi cabeza entre ellos para buscar con mis ojos lo que tanto deseo ver. Puedo ver las ventanas frontales y la puerta principal abierta, muebles, productos de limpieza, entre muchas otras cosas, sin embargo no veo por ningún lado a ese bello hombre que vi apenas desperté. Me desilusiono un poco y tomo un suspiro largo. De pronto, un sonido me sobresalta, se escucha como si fueran pisadas sobre hojas secas, creo que el sonido se dirige hacia a mí. Quiero zafar mi cabeza de entre los barrotes, pero no puedo, me he atorado y me duele el cuello. Entre todas las travesuras que he hecho en mi corta edad ésta es la más dolorosa.

"Niña… ¿qué haces?"

Una voz fuerte me pregunta. Mi corazón se sobresalta. Me pongo nerviosa. Lo único que deseo es zafar mi cabeza de esos barrotes que me han hecho su prisionera. Comienzo a sentir unas manos grandes y suaves en mi cabeza.
Abro los ojos.
Frente a mí yace él; gallardo y hermoso, con la luz del sol saliendo por entre sus brazos. Su rostro es desfigurado por una mueca de molestia que yo he despertado por mi travesura. Siento sus manos tibias en todo mi rostro. Suavemente me ayuda a salir de mi prisión.

"Jamás vuelvas a hacer esto… ¿qué no te educan bien tus padres?"

Su voz es cálida, pero suena molesta. No puedo quejarme por algo que yo misma he despertado. Me paro firmemente frente a él, detrás del barandal y sobre la banqueta, aún con sus regaños no puedo evitar verle con mis ojos puros y limpios. En mi mente sus facciones se graban como en una roca: sus ojos, su nariz y su boca. Es todo un poema hecho hombre. Sus palabras resuenan en mis oídos, pero no le escucho. Le veo darse media vuelta y entrar a su casa, cerrando detrás de sí la puerta principal. La presencia de mi madre no se hace esperar, al no encontrarme dentro de la casa ha decidido venir a buscarme.

“¡Soledad!”

Me grita fuertemente, y con molestia, sobresaltándome.

“¿Qué demonios haces acá afuera?”

Vuelve a dirigirme palabra. En su semblante me doy cuenta que la acción que he tomado no ha sido del todo correcta.

“Nada mami, nada.”

Mi voz tiembla. Estoy asustada. Mi madre se acerca a mí y me toma fuertemente del brazo.

Madre. — (Dándole un manazo.) Te he dicho más de mil veces que nunca te salgas de la casa sin mi permiso.
Soledad. — Mami, me duele. (Se queja.)
Madre. — Es que nunca entiendes lo que te digo. (Dándole otro manazo más fuerte.)
Soledad. — Mami. (Llorando.) No me pegues… no hice nada malo.
Madre. — Ya basta, vente. (La tira del brazo.) Arregla tus cosas que ya falta poco para ir a la escuela.

Me han dolido bastante esos manazos. Mis lágrimas son de ira más que de dolor. Sé que no he hecho nada malo, sólo son travesuras, pero mi madre siempre busca un pretexto para golpearme, para ella sólo soy una niña malcriada, torpe y desobediente. Me duele en lo más profundo todo lo que me dice y me hace. Aun así, en mí corazón, siento la atadura del cariño hacia ella.
La ira me dura poco, pero el dolor de los manazos no.


AL CAER LA NOCHE



Al fin hay luz en la casa contigua; se cuela por mí ventana. Eso me ha puesto feliz. La mayor parte del día he estado pegada a mi ventana. He mirado fijamente hacia esa casa, tratando de encontrar, con mi mirada, a ese bello ser que me ha cautivado. No ha pasado gran cosa en todo el día, mas que la bella pero bochornosa experiencia que pasé hoy.
Miro hacia el cielo. La luna es hermosa, completamente llena y blanca. Las estrellas que la acompañan titilan sutilmente. El viento nocturno me limpia los pensamientos, me llena los pulmones de vida y serenidad.
Es tarde y debo ir a la cama. Hoy se ha terminado otra página de mi vida.

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